Libro

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Ideas en un libro.

martes, 24 de marzo de 2009

EL AMULETO Parte 01

Estaba recostada en mi cama cuando una de mis nietas entró a mi cuarto con algo en la mano y me preguntó,

–¿Abuelita, de quién es esto?

Yo con asombro no le contesté. Después de esperar mi respuesta por unos minutos salió corriendo del cuarto.

Verán, tengo que explicarles de porqué mi asombro al ver ese objeto.

Hace ya muchos años, entré a una tienda de antigüedades, y vi un pendiente precioso de marfíl en forma de gota, éste llevaba incrustaciones de piedras preciosas que formaban una libélula tan hermosa que sentí que debía poseer ese pendiente. Como era muy caro para mis posibilidades económicas, hice un trato con el anticuario, que por cierto era jóven y muy apuesto y se veía que le íba bien económicamente. El trato consistía en que él me permitiría pagarle solo la mitad de su precio si yo accedía a viajar al D.F., (donde él se mudaría dentro de poco) para entregarselo a su nieta cuando yo ya fuera vieja.

Era un trato muy extraño, pero accedí y me entregó el pendiente en una caja, no menos hermosa que el pendiente, y me pidió que cuando se lo entregara a su nieta, fuera en esa misma caja. Me anotó una dirección en un papelito y así salí yo de la tienda de antigüedades. Llegando a mi casa me colgué el pendiente del cuello y nunca más me lo quité. El papelito, sin verlo, lo metí en la caja. Esta la guardé en la caja fuerte y me olvidé de ella.

Mi vida siguió y cada día, que digo, cada año era mejor que el anterior. Nunca me faltó sustento, ni abrigo y mucho menos amor. Tuve un marido formidable y 5 hijos, 3 niñas y 2 niños. Todos ellos muy inteligentes y apuestos, en fin, una familia muy felíz.

Pasaron los años, los niños crecieron y se casaron, yo enviudé, pero mi vida seguía plena, llena de actividades y nietos. Cierto día íba pasando por enfrente de una cafetería y escuché a una niña decir,

–mira mamá, a esa pobre anciana se le cayó su mascada.

La niña se acercó, con mucho cuidado la recogió y me la entregó. Yo le dí las gracias y seguí caminando. En mi mente quedaba el pensamiento de aquella niña que me había llamado anciana. (En realidad ya seré yo una anciana. ¿Me verán vieja? Pero si yo todavía me siento sana, camino sin ayuda. No, la niña era muy pequeña, que va a saber ella de edades.) Y con todo esto en mi mente llegué a mi casa.

Al entrar me recibió una de mis nietas con la noticia de que le habían dado anillo de compromiso. Ésto me dio mucha alegría, y pensando que mis nietas ya no eran tan chiquitas, me hizo reflexionar en mi conclusión anterior, quizá la niña no era tan pequeña y sí sabe de edades. Quizás ya estoy vieja y yo no me había dado cuenta. ¿Podría ésto suceder? En ese momento, con mi mano izquierda, toqué el díje, y recordé la promesa que había yo hecho al anticuario hace ya muchos años atrás, y en voz baja le dije,

–ya es hora de dejarte ir.

Esa misma tarde compré un boleto de avión de ída y vuelta al D.F.; empaqué mi maleta, en la cual puse con mucho cuidado y bien envuelta la caja del díje, y notifiqué a mi familia que íba a salir de viaje. Ellos sorprendidos por la premura con la que yo hacía ésto me trataron de convencer de lo contrario, pero yo insistí y no tuvieron más remedio que aceptar mi decisión.

Al llegar, saqué el papelito donde el anticuario me había anotado la dirección. Pedí un taxi y me llevó. Al ver el lugar donde debía yo entregar el díje, me pregunté como la nieta del bien arreglado anticuario habría llegado a vivir en tal pobresa. Me acerqué a la puerta y toqué. Abrió un anciano que me dijo,

–ya llegaste, espero que no hayas batallado en dar con el lugar.

Entonces una niña hermosa de cara, pero vestida en trapos, corrió y se escondió detrás del señor que me siguió diciendo,

–no me recuerdas, soy el anticuario, veo que vienes a cumplir tu promesa.

Yo con asombro le respondí sólo un sí y luego tomé el díje de mi cuello, lo metí en su caja y después de ver una mirada de aprobación del anticuario se lo entregué a la niña diciendole,

–cuidalo y úsalo siempre, con él nunca nada te faltará.

Después le dí las gracias con un muy fuerte abrazo al anticuario y regresé al aeropuerto, abordé un avión de vuelta a mi casa. Verán, en ese viaje comprendí que el díje traía toda esa buena suerte que yo había tenido durante mi vida. Me preguntaba que sería ahora de mis hijos y nietos sin ese díje enredado en mi cuello.

Pasó el tiempo y unos años después tocaron a la puerta de nuestra ahora muy humilde casa y escuché la voz de una señora que entregaba algo para mi nieta más pequeña. Yo estaba recostada en mi cama cuando ella entró a mi cuarto con algo en la mano y me preguntó,

–¿Abuelita, de quién es esto?

Yo con asombro no le contesté. Después de esperar mi respuesta por unos minutos, ella salió corriendo del cuarto. Traté de caminar tras de ella para preguntarle de donde había sacado eso y ahí fue cuando me dí cuenta que ella gritaba,

–mamá, mamá, la abuela murió.

En el piso un papel decía: "Esto te pertenece más a tí".

Al final solo recuerdo haber pensado: “mi familia va a estar bien, tienen todo lo que necesitan y nunca nada les faltará.”

viernes, 20 de marzo de 2009

OBJETO DESEADO

Era un día soleado cuando lo encontré. Había mucha gente a mi alrededor. No me atrevía a levantarlo por miedo a que álguien lo reclamara. Yo lo deseaba tánto y sabía que nunca podría tener uno. Esperé un tiempo corto y entonces me animé. Me acerqué a él lentamente y cuando ya estaba a su lado, lo levanté. Era la cosa más hermosa que jamás hubiera visto. Valía la pena el riezgo. Lentamente caminé a mi carro, tratando de no levantar sospecha ante toda la gente que me rodeaba. Cuando llegué a el, lo puse en el asiento trasero. Cerré la puerta y subí por el lado del conductor. Encendí el carro y por el retrovisor ví como me alejaba de ese sitio. Al pensar en lo que ahora era mío, sonreí. El día siguiente en el perieodico el encabezado decía: "Niño es robado en el parque infantil, Madre no supo ni a que hora desapareció".

jueves, 19 de marzo de 2009

VISITA AL PASADO

Hace tiempo que había querido hacer esto. No se porqué no lo había programado ántes. La casa de la abuela era el punto de llegada y, parados afuera de la casa, comenzamos a hacer memoria. Con voz nostálgica le dije a mi hermano, –¿Recuerdas cuantas Navidades pasamos rodeados de familia, con aquel frío y la chimenea siempre encendida? Él medio distraído contestó. –Sí. Yo continué hablando, –Ya no recordaba la aldaba de la puerta principal que el abuelo siempre insistía en que cerraramos cuando entrabamos o salímos. Ni el lugar tan especial que había para la llave de la reja de la entrada. Aquel clavito en la pared tapado por las plantas, para que la llave pudiera estar siempre ahí, sin que se viera, y que solo los que sabíamos que ahí estaba la pudieramos usar. ¿Recuerdas? Todavía medio distraído, él me contestó, –Has notado que las plantas del jardín siguen floreando y dando frutos. Pareciera que no ha pasado el tiempo. Yo ignorando su comentrario dije, –Me pregunto si habrán recogido todas las llaves. El con voz ansiosa dijo, –creo que es momento de entrar. La casa se sentía acogedora y con un aroma familiar. Había muchos recuerdos en ella y todos eran gratos, o por lo menos así parecía en el momento en que Ramón (mi hermano), y yo (Cármen), entramos a casa de la abuela. El tapete de la entrada estaba podrido y la casa llena de polvo y ya sin muebles. La escalera de marmol negro seguía ahí y el vitral con la Tehuana estaba intácto. Comenzamos a recorrer la casa y al llegar a la cocina nos dió el recuerdo del aroma a café que mi abuela molía a mano todos los días por la mañana. Me asomé por la ventana de la cocina y pude ver el árbol de hígos que colgaba de la casa contigua. Con la mirada ída, dije en voz alta, –me pregunto si el señor de al lado todavía vive ahí. –No, él murió hace ya unos años, –contestó Ramón y se dio la vuelta. Al subir a la planta alta de la casa, fui tocando el riel de madera empotrado en la pared, ahí había marcas de ántes, marcas que creo han existido ahí desde siempre. Me pregunté cuantas de ellas habremos hecho mi hermano y yo. Así seguimos recorriendo toda la casa y al llegar al cuarto de costura nos sorprendimos de ver que todos los muebles de este cuarto se enconraban en su lugar. Todos con excepción de la mecedora de mi abuela. Ésta se encontraba meciendose en la entrada del cuarto de costura, pero con la punta curva de abajo de la mecedora alcanzaba a detener la puerta, que por cierto, se movía cada vez que la mecedora se íba para delante y para atrás. –Que raro. ¿Porqué no se habrán llevado estos muebles? ¡Mira! La máquina de cocer está funcionando. Ramón con voz muy sin embargo me contestó, –claro, tiene que seguir hilando la vida de esta familia. De repente una voz interna me hizo querer salir de ahí, así que jalé del brazo a mi hermano y corrimos ántes de que la mecedora de mi abuela se moviera y dejara cerrar la puerta. Bajamos las escaleras tan pronto como pudimos, salimos de la casa por la puerta principal y cerramos la aldaba desde fuera. Tomé una llave del clavito de la pared y abrí la reja por la cual salimos muy rápido y cerrando el candado dije, –no vuelvo aquí. FIN